La historia de la arquitectura ha orbitado siempre alrededor del edificio. Este, como cosa construida, ha servido como herramienta para proponer una forma de entender el mundo.
El taller reconoce que ese edificio actualmente se encuentra en crisis porque se entiende como la “respuesta inequívoca” a una serie de problemáticas territoriales, históricas, geopolíticas, ambientales, etc. Los arquitectos han desarrollado una capacidad argumentativa estratégica para deductivamente decantar estas problemáticas, periféricas pero importantes para la arquitectura, a la conclusión “evidente” de que un edificio en un lugar determinado es una herramienta para “resolver”. El edificio termina siendo el efecto de una causa que se identifica, o peor aún, que se genera.
Sin embargo, nuestra realidad nacional cargada de desigualdades profundas en un territorio con una heterogeneidad avasalladora demanda a la sociedad la producción de infraestructuras. Edificar es un deber ético en la realidad latinoamericana y otras del “sur global”.
El taller se posiciona precisamente en este espacio de encuentro, en la oportunidad que genera la paradoja antes descrita, entre la necesidad y la obsolescencia del edificio. Desde la arquitectura tenemos la responsabilidad y el compromiso de volver siempre a pensar el edificio, la forma que este tome en el futuro como voluntad de transformación es el compromiso de los arquitectos. Tome la forma que tome, el edificio es la voluntad del arquitecto.
El taller promueve una actitud descentrada frente al proyecto del edificio para entenderlo inicialmente de manera fragmentada, contingente, subjetiva e ilustrada. De esta manera, se busca aprovechar la crisis en la que se ha colocado al edificio para revalorar el proyecto, para revalorar la elaboración de argumentos desde, y no hacia, la arquitectura.
El semestre se estructura para que el alumno produzca cuatro ensayos de fragmentos arquitectónicos. Cada ensayo construye un imaginario arquitectónico y situacional. Al finalizar el semestre el alumno deberá haber producido un Documento y una Ponencia donde se desarrollan los argumentos arquitectónicos que ensayó durante el semestre.
El adulto mayor en la sociedad actual es considerado un grupo etario improductivo, dependiente y vulnerable; concepción que tiene como resultado su aislamiento y exclusión de una variedad de ámbitos sociales y urbanos. Esta situación es reforzada por la forma en la que el Estado plantea los actuales Centros para el Adulto Mayor, cuyo programa y configuración arquitectónica se basan en una connotación negativa de la vejez, lo que resulta en la reclusión del adulto mayor en un único ámbito de la ciudad limitado a lo domestico, reduciendo sus posibilidades de interacción con otros grupos etarios y limitando su posición en la sociedad, donde lo productivo, entendido como la capacidad de trabajar, se relaciona con el valor social.
En este contexto, se proyecta un edificio con la voluntad de empoderar al adulto mayor, otorgándole una posición de valor en la ciudad y en la sociedad, de manera que se revierta la situación de exclusión en la que actualmente se encuentra. A través de la indagación arquitectónica, programática y situacional, se plantea develar cómo el edificio puede lograr este objetivo a partir de dos aspectos: desde su interior, generando espacios de confort y bienestar que permitan el desenvolvimiento del adulto mayor y alteren la relación entre este y la infraestructura estatal; y desde su exterior, estableciendo relaciones con su contexto urbano y social, que posicionen al adulto mayor en la ciudad y alteren la forman en la que actualmente se relaciona con otros grupos etarios y con lo público. El fin de ambas indagaciones consiste en transformar, desde la arquitectura del edificio, la forma en la que percibe actualmente al adulto mayor, generando por el contrario, una imagen positiva de la vejez.
Se plantea la organización del programa en base a una continuidad programática, donde a diferencia de lo propuesto por el Estado, los programas no se encuentran separados unos de otros, si no en una relación continua establecida a través del recorrido, espacios exteriores, servicios y visuales. Para lograr ello espacialmente se propone un paseo arquitectónico que transforme la experiencia del adulto mayor en el edificio, a partir de un recorrido en base a rampas que motiven la movilidad del usuario y generen una interacción constante entre este y los programas del edificio. Las rampas surgen entonces como elementos organizadores del recorrido, estableciendo a partir de estas la relación entre los distintos espacios que conforman el proyecto; y un recorrido pausado, pero continuo.
Se propone la incorporación de espacios exteriores contenidos al interior del edificio, denominados exteriores interiorizados, cuyo propósito consiste en generar ambientes de características exteriores que se configuren como espacios de confort y privacidad para el adulto mayor. A partir de la indagación en estos espacios se configura el vacío definido y contenido, no solo como un elemento conector entre programas de distinto carácter, si no como un espacio recibidor entre la ciudad y el edificio, y el edificio y el malecón; generando espacios de encuentro de una escala pertinente, entre el exterior público y el interior del edificio, donde las relaciones entre el adulto mayor y lo público se pueden establecer.
La actual configuración del borde entre el distrito de Magdalena del Mar y el paisaje del acantilado se identifica como un límite macizo y poco permeable entre la ciudad y el posible espacio público al borde de este territorio. Esto se debe a que lo construido actúa actualmente como barrera de lo público, reduciendo la accesibilidad del peatón y generando como resultado un malecón fragmentado, inconexo e interrumpido. Con el objetivo de alterar esta relación entre lo construido y lo público en el borde del distrito, se indaga en el planteamiento de una “nueva forma de habitar el acantilado”, donde lo construido actué como un dispositivo de conexión entre la ciudad y el borde del acantilado, en lugar de como un borde o barrera en este.
Se plantea el vacío como un espacio de conexión urbana entre la ciudad, el edificio y el espacio público del malecón; cuya finalidad consiste en generar un edificio atravesable y generar como consecuencia de ello un malecón perpendicular; donde la actividad pública no se limite a un recorrido lineal sino que se extienda al interior del edificio y hacia la ciudad, generando la conexión transversal actualmente inexistente entre este borde público y el resto del distrito, así como la transición entre la escala barrial de la ciudad y la escala metropolitana del malecón. Se indaga entonces, como este vacío puede actuar no solo como conector entre el malecón y la ciudad, si no también como mecanismo de extensión del proyecto y sus actividades hacia lo público; generando a través de este espacio, la extensión de las actividades del adulto mayor hacia el ámbito público y por lo tanto su relación con otros grupos etarios de la sociedad.
Se plantea la construcción del malecón a partir de una secuencia de rampas y muros de contención, que no solo contribuyan a la estabilización del acantilado reduciendo su pendiente, si no que establezcan también una continuidad entre el recorrido público exterior y el recorrido interior del edificio, haciendo posible la extensión del paseo arquitectónico al exterior de este.
Con el objetivo de develar una nueva forma de llevar a cabo la construcción del edificio manera que esta contribuya a la estabilidad del acantilado en lugar de perjudicarla, se indaga en la incorporación de estructuras ligeras, opuestas a la construcción maciza y asentada de muros portantes, y la posibilidad de relación entre ambos tipos estructurales para construir en el malecón. Esta indagación material resulta en la incorporación de elementos esbeltos como mecanismos de construcción del vacío urbano entre el edificio y la ciudad, construcción que diferencie el interior del edificio de este espacio de carácter público, y genere la condición de permeabilidad necesaria para crear la relación perpendicular entre el malecón y la ciudad.
La incorporación de la tipología torre cumple la función de generar una imagen urbana del edificio en el distrito, y por lo tanto evidenciar la presencia del adulto mayor en este. A través de su capacidad de actuar como un hito urbano; la tipología torre desliga al adulto mayor de la imagen doméstica y el concepto de “casa” al que se encuentra comúnmente asociado, así como de las connotaciones negativas que derivan de esta tipología. En ese sentido, se indaga en las posibilidades de alteración de esta tipología, de manera que evite generar un borde macizo e impermeable entre la ciudad y el acantilado. Se incorpora entonces la espacialidad del vacío urbano, que caracteriza el edificio base, en la configuración del edificio en altura; y se plantea la extensión del paseo arquitectónico hacia la verticalidad, estableciendo a través de este una continuidad entre los programas semipúblicos que conforman el vacío en la torre, y dislocando la configuración común del edificio en altura en base a niveles desconectados.
La actual concepción del hospital peruano, aquella que lo contempla como una <máquina de curar>, desconectada de las dinámicas del entorno mediante bordes ciegos, y a la que nadie acudiría por voluntad propia, es legitimada por la propuesta estatal OSCE para el Hospital del Altiplano, en Puno. Esta, además, perpetúa al sistema médico occidental convencional como el único paradigma de salud válido en un entorno en que la cultura aymara, y su sistema médico tradicional, han sido relegados a las periferias rurales, y orillados a la desaparición. Ante esta situación, ¿es posible pensar en un hospital distinto para este entorno?
Con el fin de dislocar los esquemas mentales convencionales respecto al hospital, y de representar el actual significado de la salud y la prevención desde el programa, se proponen, mediante la producción de <biopsias arquitectónicas> y la examinación de expedientes circunstanciales, múltiples posibilidades siempre abiertas y fragmentadas para volcar el Hospital del Altiplano hacia un edificio público y permeable, sin muros ciegos perimetrales, y que abrace la interculturalidad y la prevención como nuevos pilares para la salud.
La historia de la medicina marcó tanto la coyuntura médica mundial como las ideas de enfermedad y salud contemporáneas con sus desarrollos. Indefectiblemente, estos avances potenciaron el desarrollo de tipologías hospitalarias diversas, que acompañaron la evolución de los paradigmas del tratamiento de las enfermedades, y generaron respuestas acordes a sus contextos. Mediante las múltiples tipologías proyectadas, el estudio de estos escenarios fijos para la salud sienta las bases para pensar en la posibilidad, en base a nuestros desarrollos, nociones y paradigmas médicos, de generar un nuevo sistema arquitectónico hospitalario acorde a nuestra era, tomando en cuenta (o no) los aprendizajes del pasado.
Sin embargo, estos escenarios para la salud siempre han estado, y aún están, circunscritos al sistema médico occidental, cuyas concepciones racionales, objetivas y empíricas conforman un paradigma antropocéntrico que entiende a la salud como el resultado correcto del funcionamiento del cuerpo y la mente, y que, legitimado por las instituciones y el estado desde la colonia, relegaron a los sistemas tradicionales locales de salud, como el aymara, a entornos rurales. Pese a que los agentes de salud propios de la cosmovisión aymara se relacionan con algunos programas de los hospitales convencionales, actualmente no tienen cabida en el sistema estatal. En respuesta a esta situación, se construyen potenciales nuevos programas que repiensan las posibilidades de la salud intercultural desde variables territoriales y de usos con espacios propios, no solo adaptándose a lo ya propuesto desde el paradigma imperante occidental que considera la OSCE. Esta formulación de programas contingentes podría revertir la marginalización a la que ha sido sometido el sistema médico aymara, generar mayor confianza desde la población, y contribuir a su revaloración desde la institucionalidad.
Los fragmentos se nutren de una mirada particular del territorio puneño, su sistema hídrico, y su cultura material local, develando cómo su presencia establece relaciones con situaciones de permanencia, flotación y/u organicidad, así como posibilidades espaciales, intrínsecas a sus condicionantes, tanto en las islas de los Uros, como en Sillustani, siempre con el agua como un elemento destacado en común. Desde el interés por lo hídrico en la cultura aymara, se entabla una relación entre la condición de vacío topográfico propia del lago Titicaca, cubierto por una masa de agua, y de las chullpas, con diversos fragmentos que indagan mediante núcleos circulares una reinterpretación de áreas verticales que interconectan distintos niveles, y que iluminan, transportan, o contienen masas de agua.
Se disponen diversos <núcleos> verticales transparentes, desfasados, opacos, de circulación, para iluminación, o estructurales, con el fin de explorar compulsivamente sus casi infinitas posibilidades de disposición en grillas, en núcleos aislados, desfasándolas u otorgándoles nuevas funciones servidoras o servidas. Asimismo, tanto la intención de borrar el ángulo recto en los espacios, como la exploración respecto a espacios preventivos relativos al agua del subsuelo, son intereses latentes en todos los fragmentos. Se propone, a su vez, un nivel 0 permeable y contenido por vacíos, que genere un edificio estatal para la salud intercultural que no solo <vigile y cure>, sino que invite a prevenir la enfermedad como rutina de vida, bebiendo de los elementos presentes en las referencias históricas nacionales, y proponiendo diferentes estructuras de organización para incidir con la exploración del agua como elemento curativo y preventivo crucial en el proyecto.
Ante el déficit de programas relacionados a prevenir la enfermedad del programa original OSCE, se rescatan tanto los usos presentes en el entorno del proyecto, como lo deportivo y recreativo, y los nuevos programas propuestos desde la no cabida de lo aymara, y se proponen paquetes de posibles programas contingentes relacionados al deporte, trabajo, al agua y recreación para asociarlos a los bloques más permeables. De esta manera, se busca dislocar el esquema mental convencional del hospital como una máquina de curar, y volcar el proyecto a ser una infraestructura que potencia el bienestar desde la prevención, y no solo desde la curación y los paliativos ante la enfermedad. La prevención, en sus dos últimos niveles de curación y de paliativo para el dolor, es la herramienta convencional efectiva para la lucha contra la enfermedad, pero no puede ser la única: el primer nivel preventivo puede y debe cobrar más fuerza con paquetes programáticos que potencien el bienestar, y que vayan acorde a la cosmovisión, paradigma y modo de vida de la población a ser atendida.
Tomando como detonante al bloque de <medicina de rehabilitación>, con un programa orientado netamente a la curación, se explora la posibilidad de dislocar el programa OSCE, comprender las relaciones entre las áreas específicas de la unidad, y asimismo, esbozar relaciones con un potencial programa contingente dispuesto para prevenir. Estos potenciales espacios se organizan hacia 3 niveles diferenciados pero no necesariamente divididos, así como según tamaño de área, niveles de restricción de acceso, potenciales visuales, necesidad de iluminación, de cercanía con la calle o de posicionarse hacia el interior del edificio. Mediante fragmentos interescalares, que exploran posibles organizaciones reticulares de las pozas, así como la relación de estos espacios de agua con el edificio mediante los diversos <núcleos> verticales.
Esta búsqueda de posibilitar relaciones se extiende incluso hacia la ciudad, mediante canales de agua exteriores que demarcan recorridos, se busca esbozar una variedad de posibilidades de relación del programa de aguas subterráneas en el marco de la prevención con valores locales. De esta manera, se busca establecer relaciones entre la disposición del programa médico del hospital, y el programa contingente en función al contexto, requerimientos programáticos, y a los niveles del proyecto para posibilitar un edificio público y permeable, que ofrezca espacios públicos pertinentes, y que evite los dispositivos de borde en los límites.
Mediante la adición del programa contingente orientado a la salud desde la perspectiva tradicional, así como lo recreativo, lo memorial y lo deportivo, se posibilita el cambio de paradigma del hospital, constituyéndolo como una continuidad urbana, en que ya no solo se contemplan recorridos de pacientes como usuarios únicos, sino también de transeúntes, y un híbrido que mezcla actividades de curación (propias del hospital convencional), pero también de prevención (del programa contingente). Así, se piensa en una nueva posibilidad de hospital articulado a la red urbana de Puno, interconectado a los equipamientos prexistentes en la zona relacionados al deporte y a la subsistencia saludable local, y que pueda constituirse como un atractor para la prevención, la vida equilibrada y la salud.
El Organismo Supervisor de Contrataciones del Estado (OSCE) plantea desde su sistema público de inversiones la necesidad de un nuevo Hospital Bicentenario en la ciudad de Ayacucho, provincia de Huamanga. La OSCE propone demoler y utilizar el lote en el que se emplaza el antiguo Hospital Regional de Ayacucho, construido en 1964, cuya infraestructura e instalaciones han quedado obsoletas. Para ello, la OSCE ha desarrollado una serie de cuadros programáticos con la finalidad de construir un Hospital que satisfaga todas las necesidades sanitarias de la ciudadanía.
Sin embargo, propuesto desde la OSCE como un conjunto de espacios programáticos contiguos, el desarrollo del Hospital tiene la predisposición a formarse en lógicas espaciales y urbanas deficientes, propias de la infraestructura pública de Ayacucho. Dichas lógicas, corresponden a una repetición sistemática de dispositivos políticos, propuestos como arreglos de poder desde su fundación. Estas, sin ser repensadas, afianzan el temor y la desconfianza en un sistema público de salud que, en el pasado, formó parte de los abusos del Estado en contra de la ciudadanía.
Por ello, se identifica la arquitectura que a lo largo de los años ha sido dispositivo y cómplice de los arreglos de poder que el Estado ha impuesto sobre la ciudad de Ayacucho. Entre dichos elementos se encuentra la trama urbana, la arquitectura de las iglesias, el espacio público, la arquitectura militar y las postas médicas en los años 90. Todas ellas tuvieron una finalidad política, que, a pesar de pertenecer a la infraestructura de la ciudad, se limitaron a legitimar los arreglos de poder.
Consecuentemente, el presente proyecto, propuesto para la construcción del nuevo Hospital Bicentenario de Ayacucho, parte de tomar distancia de los dispositivos y tecnologías políticas consolidados en el imaginario del Estado. De tal manera, el proyecto tiene la vocación de funcionar como un fragmento de ciudad, técnicamente capaz de brindar servicios de salud a la ciudadanía; que debe, además, apropiarse de su infraestructura. Esta debe brindarle confianza, a través de la memoria construida, accesibilidad, a través de la disposición y la escala de sus espacios; y, una suficiencia técnica, a partir de la capacidad, flexibilidad, flujos e instalaciones de dicha infraestructura.
Desde su fundación colonial en 1540, la ciudad de Ayacucho se formó a partir de dispositivos políticos a nivel urbano. La trama, se creó a partir de la estructura del damero como dispositivo de control político y símbolo de poder desde sus edificios. Por su parte, la trama moderna, consecuencia de procesos migratorios, significó el traslado de modelos costeños; caracterizados por vías de alta velocidad, lotizaciones privadas heterogéneas y la omnipresencia del muro.
En el marco del Conflicto Armado Interno entre los años 1980 y 2000, Ayacucho fue el epicentro de la violencia, ejercida en paralelo por los grupos terroristas y las Fuerzas del Estado. Este último, fue responsable de la violación sistemática de derechos humanos encubiertos en políticas militares y de salud, que implicó una serie de torturas, desapariciones y abusos sexuales como armas de guerra del Estado, con centro en la base militar los cabitos; así como múltiples esterilizaciones forzadas, realizadas en postas rurales; cuya incapacidad técnica dejó secuelas permanentes en las víctimas, instaurando la desconfianza y el temor en el sistema de salud público del Estado.
La arquitectura hospitalaria en Ayacucho se caracteriza por la presencia de muros perimetrales que recuerdan la disposición de las bases militares y una espacialidad interior que recuerda la escala doméstica de las postas rurales. Por su parte, el sistema hospitalario se percibe como un archipiélago de campos de reclusión, cuyos hospitales, evidenciaron, durante la pandemia, su capacidad de reclusión y aislamiento de enfermos, por encima de su capacidad de curación.
El borde urbano del edificio busca insertar parte de la ciudad debajo de su infraestructura, a través de una galería exterior pública. Esta es reinterpretada de las galerías presentes en las casonas coloniales de Ayacucho; las cuales, brindan un espacio útil de conexión entre el edificio y la ciudad.
El edificio rescata la tipología de plaza interior del Hospital de los Inocentes, por su capacidad de incluir un espacio de escala urbana al interior del edificio. Sin embargo, se plantea como una plaza pública exterior que inserta parte de la ciudad al Hospital y conecta espacialmente la galería exterior y el atrio interior.
El atrio, es repensado a partir de la arquitectura de las Iglesias coloniales, las cuales, a pesar de su concepción inicial, como tecnología política de evangelización, lograron formar parte de la memoria construida de la ciudad gracias a su ubicación en espacios públicos importantes y la continuidad de escala urbana hacia su interior.
Con la finalidad de acercar el programa preventivo a la ciudad, este se ubica tipológicamente en el primer nivel, separado del programa de intervención, en el segundo, a partir de un piso técnico transitable. Dicho piso técnico es capaz de abastecer las instalaciones de ambos niveles y ,ocultar en él, todos los flujos incompatibles con el carácter público del Hospital.
Diferente a lo estipulado por la OSCE, del programa como conjunto de Unidades Prestadoras de Servicios, este es entendido como un conjunto de flujos simultáneos, cuya eficiencia y velocidad determinan la calidad del servicio de salud.
Se teje, a partir del piso técnico, una superposición programática que permite, el funcionamiento del hospital, desde la superposición de flujos simultáneos; mediante la cual, los flujos técnicos, no comparten un mismo espacio con los flujos públicos.
Adicionalmente, el piso técnico cumple con una función de memoria. Este, supone la recuperación de la huella construida del antiguo hospital, a partir de su disposición longitudinal y el negativo espacial que supone, en relación con este.
A partir de la creación de pisos técnicos longitudinales como dispositivos de memoria, se hace posible un funcionamiento de flujos simultáneos, se abastece de servicios los dos niveles hospitalarios y, además, se libera el primero, de flujos incompatibles con sus espacios públicos. Gracias a ello, el Hospital se plantea desde su interior como un espacio de recorridos completamente públicos, segregados formalmente, de recorridos técnicos y ocultos.
El Hospital Bicentenario, a partir de la negación de dispositivos arquitectónicos incompatibles, impuestos históricamente como arreglos de poder desde el Estado; y, gracias a la incorporación de otros dispositivos pertinentes de la memoria construida, es capaz de funcionar como un fragmento continuo de la ciudad, con la capacidad de brindar servicios de salud digna para los ayacuchanos.