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Lecturas arquitectónicas

[1] Edificio Santa Amelia. Recorte que disloca (2023).
"La deshonestidad más común es la de acercarse al texto con un concepto ya predeterminado de lo que se quiere leer y con el que se acaba suplantando lo que el texto mismo dice".
(Sánchez 2018)

Como parte de romper mi interlocución con la obra del arquitecto Málaga, en el sentido socrático, las lecturas que aquí hacemos de sus edificios retoman una experiencia más pulsional e intuitiva, recuperando una libertad que la obra representa. Estas fueron parte de un curso electivo dictado con estudiantes de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo PUCP en el semestre 2023-1, durante el cual se desplegaron una serie de reflexiones tomando como marco una metodología que es parte de un libro en proceso, desarrollado junto a Patricia Llosa. Dicho método nos permitirá seguir construyendo linajes con la arquitectura que habita nuestro territorio, y que se manifiesta desde pulsiones e intuiciones que hacen de la representación su mejor aliada. Esta aproximación supone la comprensión del edificio como un “texto”. La arquitectura, en su condición de texto, jamás admite un significado único y muestra cómo todo significa más de una cosa.

La lectura es transformadora. Leer de manera descentrada es abolir un significado trascendental que se coloca de manera jerárquica en el centro del texto; se podría decir que se anula el centro de valoraciones como un lugar fijo e inmóvil. Para la arquitectura, ello consistiría en establecer en el proceso, desde otros mecanismos, un descentramiento de tales valoraciones. No se descentra la arquitectura creando otros lenguajes: transformar significa poder trabajar con los mismos elementos, en este caso arquitectónicos, y colocarlos en otro entorno de significación, es decir, en el interior de otra gramática y a partir de otra sintaxis.

La verdad que manifiesta el edificio en su representación reside en la lectura unitaria del objeto arquitectónico, un objeto que posee cualidades estéticas, valores o una función que representa a través de su presencia. Así, un texto o una lectura dislocadora se enfrenta a nociones de lo originario o del valor de la autoría, es decir, a la idea de que hay una forma correcta de leer el objeto, lo cual es una condena a seguir legitimando y meramente recreando los sistemas de valoración que se impusieron desde la “Historia” de Occidente.

Una lectura que marcó un espacio de legitimación desde premisas occidentales, respecto de un edificio que pertenecía a otras configuraciones y valoraciones arquitectónicas, es la que realizó el arquitecto Roberto Wakeham  Dasso, en el año 1976, sobre Puruchuco:

[2] Puruchuco. Sección áurea (1976).
 “Pronto comprendimos que teníamos entre manos rectángulos cuyos lados respondían a proporcionalidades que oscilaban entre 1:1.59 y 1:1.63, cifras que nos llevaban a la Sección Aurea, con la proporcionalidad de 1:1.62, conocido desde la antigüedad como el rectángulo de las más bellas proporciones” (1976: 12).

Su lectura implica una imposición de los sistemas de composición del Renacimiento, que inserta una mirada que normaliza el sistema de valoración y limita el entendimiento de un edificio que, para nosotros, pierde su inmanencia en pos de una trascendencia occidentalizada. Las valoraciones que normaliza Occidente se refieren a la identidad en relación a la primacía de la autoría: la lectura solo devela su identidad en cuanto a su origen, y no permite transcribirla ni yuxtaponer otro texto: “Conviene llamarles la atención sobre la manera de aplicación de los valores numéricos de la escala geométrica en la práctica. Al igual que su similar desarrollada por Le Corbusier” (Wakeham 1976: 14). La lectura del edificio apunta claramente a un horizonte predeterminado encontrar referentes de composición modernos y occidentales en su representación que tuvo un impacto enorme en la generación de arquitectos peruanos que establecieron el dogma moderno como un espacio para la invención. En su libro Shanzhai, Byung Chul Han hace referencia a la obra de arte china, la cual nunca permanece idéntica a sí misma:

"Cuanto más venerada, más cambia su aspecto. Los expertos y los coleccionistas escriben sobre ella. Se inscriben en la obra por medio de marcas y sellos. De esta manera, se van superponiendo inscripciones, de igual manera que las huellas mnémicas en el aparato psíquico. La propia obra está en transformación constante, sometida a una transcripción incesante. Esta no descansa en sí misma. Más bien fluye. Se opone a la presencia. La obra se vacía convirtiéndose en un lugar que genera y comunica inscripciones. Cuanto más famosa es una obra, más inscripciones muestra. Se presenta como un palimpsesto" (2018: 21).
[3] Puruchuco. Hallazgos (1976).
[4] Puruchuco revalorado (1976).

En ese sentido, descentrar la lectura de un edificio y seguir escribiendo desde un lugar periférico, transitorio o fluctuante, muestra una clara oposición a la imposición de un único punto, fijo, legitimado y valorado con anticipación. Es como escribir en una meseta, desde la cual el horizonte se muestra infinito en sus posibilidades.

La renuncia al origen cerrado, desde el cual Occidente plantea sus valoraciones, es una premisa que nos retorna a un estado de incertidumbre, en el cual se insertan múltiples lecturas a través de dos mecanismos: el “recorte” y la “decodificación”. Cada uno de ellos interviene en el proceso en su forma difusa, no cronológica, superpuestos y con límites nunca definidos. Un recorte deviene fragmento y decodificación, en sentido estricto, pero una decodificación también es un recorte que se desdibuja, o un fragmento alterado en su repetición y diferencia. Es así que el proceso siempre está en condición de “tomar la posta”, de establecerse desde sus contigüidades y no por sus jerarquías; no es lineal ni se sostiene por un valor que caduca o tiene su cierre; siempre mejora al decodificarse, recortarse o pensarse de manera fragmentada.

El recorte es una acción que permite una aproximación disonante al edificio existente, mediante la apropiación del mismo desde una lectura particular, que lo coloca nuevamente en un estado provisional, es decir, en un estado en que las decisiones arquitectónicas dejan de jerarquizarse. El recorte no es un origen, sino más bien una presencia de la continuidad del inconsciente del propio edificio; no busca sus orígenes para valorarlo, sino que desplaza la mirada para colocarlo nuevamente ante la incertidumbre de sí mismo. Todo edificio recortado tiene la voluntad de ser otro, pues permite su reescritura. Su accionar le construye otra gramática y el dislocar su espacialidad le otorga un sinfín de posibilidades, de forma que el conjunto que le daba su sentido desaparece como tal, y adquiere una presencia diferida. Así, el recorte no se atribuye la moralidad de la totalidad o del conjunto.

La decodificación, por otro lado, supone un abordaje materialista y hedonista, que supone una reflexión sobre lo arquitectónico y sus sistemas de valoración. Una de las características de nuestra época es la inconsistencia del valor en su necesidad de encontrarle un sentido universal, es decir, su imposibilidad de referirlo a una única presencia. Así, el otro valor generado por la decodificación proviene de una coalición o yuxtaposición de acciones e intereses que van desplazando sus imaginarios a lugares poco conocidos, por ser contingentes a las convenciones en las cuales la disciplina se representa. La decodificación es un texto que se inscribe en la preexistencia del edificio desde el valor de su trazo, espacio, trama o articulación estructural. Se decodifica para, desde ese valor subjetivo o la experiencia del mismo, alterar o amplificar su capacidad de otra representación. Es decir, la decodificación siempre será un texto dislocador.

El componente estético de la decodificación marca su representación y pulsión para descentrar el dibujo, e intuye algunos linajes de interés en su valoración, pero también se regula por un componente compositivo, el cual se inserta en el formato de su representación. Es por ello que la decodificación no busca demostrar ningún valor o establecer puntos críticos sobre el proyecto: solo deambula, dislocando el texto, para producir otros imaginarios estéticamente sugestivos para la arquitectura. Implica la capacidad de releer lo escrito varias veces y, en ese acto, develar lo que se encuentra en estado latente. La decodificación no es un acto de diseño: solo disloca y redibuja, activando acciones que descentran el texto escrito –recorte– en el edificio como valoración arquitectónica o hallazgo; no produce un trazo que no haya sido decidido con anticipación por el arquitecto que diseñó el edificio, ya que siempre es una acción que deconstruye y que, por lo tanto, es contingente al diseño arquitectónico.

Al final de esta deriva, leer la arquitectura de Guillermo Málaga me permitió develar algunas decisiones arquitectónicas que están cifradas en su obra y que abren posibilidades de insertarse en otros proyectos libremente. Son pequeños hallazgos, los cuales son parte del imaginario contemporáneo de la arquitectura en el Perú. Este acercamiento a Málaga, que empezó en el año 2022, es ahora una relación que siento entrañable; en él he podido reafirmar mi sentimiento y compromiso con el Perú, además de la pulsión que establezco con la arquitectura y en especial con el diseño arquitectónico. En cuanto al esfuerzo y dedicación de Málaga en el campo de la arquitectura, debo decir que el suyo es un aporte invaluable al imaginario arquitectónico en el Perú, cuyo máximo mérito radica en su esfuerzo constante por hacer del edificio el mayor instrumento de transformación que tiene la arquitectura.

Bibliografía

BYUNG-CHUL, Han
2016     Shanzhai: El arte de la falsificación y de la deconstrucción en China. Buenos Aires: Caja Negra.

SÁNCHEZ, Diego
2018     El itinerario intelectual de Nietzsche. Madrid: Tecnos.

WAKEHAM, Roberto
1976     Puruchuco, investigación arquitectónica. Lima: UNI.

Créditos

[1]
Nombre: Edificio Santa Amelia. Recorte que disloca.
Autora: Nidia Rojas.
Año: 2023
Fuente: Material elaborado en el curso “Lo arquitectónico en la obra de Guillermo Málaga” a cargo del profesor Rodolfo Cortegana.

[2]
Nombre: Puruchuco. Sección áurea.
Autor: Roberto Wakeham.
Año: 1976
Fuente: Publicado en “Puruchuco, investigación arquitectónica”.

[3]
Nombre: Puruchuco. Sección aúrea.
Autor: Roberto Wakeham.
Año: 1976
Fuente: Publicado en “Puruchuco, investigación arquitectónica”.

[4]
Nombre: Puruchuco. Sección aúrea.
Autor: Roberto Wakeham.
Año: 1976
Fuente: Publicado en “Puruchuco, investigación arquitectónica”.

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